Uno de los platos fuertes de todo congreso de temas de "biología de bota" suele ser el día de la excursión: el que justifica normalmente el emplazamiento escogido para celebrar el congreso y hacerlo más atractivo para los visitantes internacionales. Este congreso nuestro se quedó un tanto cojo en ese sentido: cierto es que, tanto antes como después del mismo, había viajes organizados de una semana por otras de las islas, pero creo que fueron contados los que decidieron reservarlos. El viaje del congreso propiamente dicho no fue siquiera de un día, sino que se organizó el mismo recorrido breve de unas tres-cuatro horas en tres horarios distintos; cosa necesaria, ya que éramos tantos que difícilmente podríamos pretender hacer todos a la vez las mismas rutas y encima disfrutarlas. El problema fue que, a la vez que se celebraban estas breves excursiones, ¡seguía habiendo congreso!, y además charlas que nos interesaban bastante, de modo que no nos apuntamos. Pero como teníamos el coche, y la luz se iba tarde, uno de los días al acabar hicimos nosotros un pequeño viaje por libre.
Imagen de aquí |
Y por libre nos fuimos al centro de la isla, a recorrer uno de los senderos más conocidos de la isla: la ruta de Mistérios Negros, que recorre espacios de bosque y pradera que rezumaban humedad en un grado tal que resulta inimaginable en los bosques "húmedos" de Canarias, la laurisilva que, sin haberla pisado yo tampoco apenas (ej1, ej2), tenía forzosamente que usar de referencia mental. A modo de comparación, decir que los niveles máximos de precipitación que se recogen en Anaga, son los mínimos de Azores a nivel del mar... ya os dije ayer que las nubes eran una constante, y la cantidad de barrio y agua de los caminos en pleno julio resultaban sorprendentes hasta para un gallego.
La ruta comienza junto a esta pequeña construcción, que nosotros no visitamos y los congresistas en "viaje oficial" sí, y que alberga en realidad el acceso a la Gruta de Natal, una cueva bastante grande preparada para su visita turística. No penséis en todo caso en la "típica cueva" caliza que tenemos en el continente, con sus estalactitas y toda la historia: ésta es un tubo de lava; simplificando mucho, como una cañería por la que fluía lava durante una erupción, hasta quedar vacía con el fin de la misma. Por dentro los túneles son pues mucho más "limpios", casi como si fuesen excavados por el hombre.
Pero volvamos a la superficie, que ya os digo que a la cueva nosotros no entramos. En un primer vistazo, la verdad es que la frondosidad con que crece la vegetación en la isla impresiona...
... y me imagino que, qué sé yo, alguien de mi familia, volvería a casa muy impresionado, alabando lo bonito y bien cuidado que esta todo. Y visto de lejos, así es; pero los biólogos tenemos la "cruz" de además leer entre líneas, de ver que en realidad la isla está echada a perder: que donde antes creció una laurisilva subtropical única ahora prácticamente lo único que hay, aparte de núcleos de población y huertas, son básicamente o prados de ganado, o plantaciones de eucaliptos y, sobre todo, de cedros japoneses Cryptomeria japonica, conífera que como viene de otra isla volcánica húmeda se da aquí a las mil maravillas. Y bajo los árboles, en los bordes de los caminos, en las huertas abandonadas... crece otro conjunto de plantas muy bonitas, pero también exóticas en su mayoría, que se reparten los despojos...
¡A saber si la profusión de musgos y otras plantas minúsculas que tapizaban los muros y hasta el suelo eran también locales o no...!
Pero no era toda la ruta así, a Dios gracias. En alguno puntos, no sé si de forma natural o merced a claros abiertos a propósito, las plantaciones de Cryptomeria daban paso a rodales de vegetación autóctona.
Masas mixtas por ejemplo de enebro de Azores Juniperus brevifolia...
... y brezo de Azores Erica azorica. Las Azores son islas en general bastante jóvenes, y sus especies endémicas no se distinguen mucho de las especies equivalentes en el continente o en el resto de la Macaronesia. Como además no son muchas, pues más fácil que nos lo ponen a los botánicos diletantes con ganas de colgarle a todo una etiqueta.
Otro espacio abierto; abierto por decir algo, pues las masas de brezo y enebros recubrían todo el terreno.
Enebros, brezos y más endémicas: como el arándano de Azores Vaccinium cylindraceum, de gran porte, nada que ver con los arándanos herbáceos de los pinares de montaña españoles; tanto que hasta que vi los frutos pensé que eran algún tipo de madroño.
O como el laurel Laurus azorica, de olor idéntico al continental y del que en realidad apenas se ha diferenciado genéticamente, aunque llama la atención por sus hojas mucho más redondeadas y suavemente tomentosas.
Tras comenzar entre prados e internarse después por bosques enlodados, la ruta va poco a poco ascendiendo y encaminándose entre dos moles basálticas. Y el terreno ya no es de barro, sino directamente de piedra, y saltando de piedra en piedra va uno cada vez encajonándose más...
... hasta pasar a caminar directamente bajo los arbustos y casi en la oscuridad, avanzando muy lentamente y, todo sea dicho, de forma bastante trabajosa.
Pero es un tramo que apenas dura un momento, y al alejarse luego y echar la vista atrás uno ve que de donde viene es ni más ni menos que de los mistérios negros en persona: unas colinas de lava recientes y "misteriosamente" desprovistas de vegetación, que destacan oscuras en medio del panorama verde. Poco misterio es, teniendo en cuenta que la roca de que están formadas apenas sustenta aún suelo donde puedan crecer las plantas.
La ruta va volviendo poco a poco al origen luego de nuevo entre plantaciones forestales y entre prados con vacas, que se procuraban la cena a la luz menguante del atardecer.
Luz que, ya desde el coche y volviendo a Angra, nos permitió todavía ver a lo lejos, descollando sobre las nubes que ocultaban tanto el mar como la isla intermedia de São Jorge, la cumbre de Pico, la más alta de las nueve islas azoreanas. En Pico y en Faial han estado precisamente estos días mi jefe y el otro profesor del grupo, y en São Jorge la otra postdoc, iniciando los tres sus vacaciones a base de prolongar los días del congreso. Vuelven todos hoy, pero no por la facultad, que aún tardarán otros quince días en volver a pisar. Los que me quedan a mí para marcharme... ¡qué ganas ya!
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