Burla burlando, van ya ocho meses en Dijón; ocho meses en los que el verano acabó y nos metimos de lleno en el otoño y sus lluvias. Otoño que durará lo que tarde en llegar el invierno, claro. Ocho meses en los que, aunque cada vez llevo una vida más rutinariamente tranquila, no dejo de echar de menos Madrid, cada día y por los motivos más peregrinos. No me importará demasiado tener que volver, aunque sea sin trabajo. Ahora al menos (recordad mi entrada del pasado domingo) ya no son nada extraños los patos en el Manzanares, a Dios gracias. Me pregunto si Álex, allá en Lovaina, habrá visto algún belga arrancarse por soleares...
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