Vuelven con el otoño las aves migradoras a visitarnos, y ya sabéis que cuanto más exótico sea su origen y más escasas sean, más gusto da verlas. Y aunque no entren estrictamente dentro de la categoría de rarezas, los escribanos nivales son de mis pájaros preferidos: un contraste emplumado entre las embravecidas condiciones polares y su carácter confiado y cara de buena gente.
© Ricardo Hevia, vía Galiciaves |
Comienzan a llegar, como digo, para pasar como suelen en escaso número el invierno entre nosotros. El de la foto de arriba llegó hace un par de días a cabo Ortegal, seguramente tras volar directamente desde las Islas Británicas, proveniente a su vez quién sabe de dónde más al norte. Pero no vino solo...
... sino acompañado por al menos tres pequeñas garrapatas; seguramente en algún estadio juvenil. Garrapatas que tras alimentarse durante algunos días de la sangre del escribano, se dejarán caer, entrarán en diapausa y en primavera se metamorfosearán en la siguiente fase de su ciclo vital. Conservando en su interior las bacterias que posiblemente viviesen en la sangre del buen escribano de la foto. Y volverán a engancharse a otro pájaro, a un despistado pajarillo gallego que picaba por allí; y los patógenos groenlandeses se multiplicarán en este nuevo hospedador. Y continuarán sus andanzas por el mundo, quién sabe si para, subidos a otra garrapata, subida a una golondrina, llegar dentro de unos meses al África tropical... Y esta es sólo una de las maneras en que una enfermedad emergente aparece donde menos se la espera. Y estar ojo avizor para intentar explicar el comportamiento de estos sistemas es lo que, financiación mediante, nos da de comer a unos cuantos.
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