De muestreo en praderas de |
El arranque de Semana Santa se me antoja un buen momento para contaros el momento más místico de nuestro muestreo de tortugas, allá por las granjas de Grahamstown... Aunque el muestreo iba más o menos planeado desde casa, con una serie de sitios donde pararnos a buscar, a la hora de la verdad siempre hay que tener algo de cintura: un sitio que antaño parecía bueno ya no lo es tanto, el camino por el que había que meterse aquí ahora resulta que está cerrado... cosas así. De modo que pasamos buena parte del primer día de muestreo visitando sitios un poco a salto de mata, y hablando con granjeros para que nos dejasen ver qué pinta tenían sus propiedades y evaluar si merecía la pena echar el rato buscando allí o no.
Socializar de este modo y en este entorno da para cruzarse con más de un tipo curioso... recuerdo ahora a un hombre que de tan gordo que estaba parecía una pera con patas, que apenas podía hablar por lo abotargado y que compartía un antro rezumante de mierda de vaca con no menos de quince perros... Pero la guinda de lo bizarro nos la encontramos al llegar a una granja en la que, bajo una gran carpa en el jardín como para celebrar una boda, unas cuantas mujeres estaban colocando sillas, micrófonos y demás. La lideresa se acercó a interesarse por nosotros, nuestro asiático líder le contó lo que buscábamos, apareció la verdadera dueña de la granja, repetimos de nuevo nuestras explicaciones tortugueras, y nos dimos de bruces con la amarga realidad de que, aunque "granjeras", aquellas mujeres eran más de ciudad que otra cosa (no es muy raro por aquí que gente de ciudad se compre, no ya una casa con jardín, sino directamente una granja a la que retirarse) y no tenían mucha idea de si había o no tortugas por allí. A todo esto, por las ventanas de la carpa, y las de la propia vivienda, no dejaban de asomar cabezas que nos miraban con curiosidad, todas femeninas, la mayoría de muy buen ver... Nos sacó de dudas nuestra primera interlocutora al explicarnos que eran parte de "una congregación" que se habían juntado allí el fin de semana para profundizar en su fe, y entenderla desde el punto de vista femenino (sic), y siguió con que "¿no es una extraordinaria casualidad que estén aquí estos chicos, Maripili*? ¿No recuerdas cómo en nuestra reunión en Randomburgh* estaba aquella mujer a la que le fascinaban las tortugas...? No creo que estos chicos estén aquí por casualidad... si nos lo permitís, nos gustaría rezar por vosotros y por vuestro trabajo." Tras preguntarnos nuestros nombres, la pastora (ojos cerrados, una mano en el pecho y la otra dirigida hacia cada uno de nosotros) inició una oración, secundada por las presentes con amenes regulares, en la que ex abundantia cordis iba dando gracias al Señor y pidiendo bendiciones para nosotros: "gracias Señor porque he conocido hoy a este chico de nombre tan raro. Tú hablas todas las lenguas y nos hablas directo al corazón..." "... porque desde que era pequeñito, allí en España, te fijaste en él, y lo fuiste guiando hasta que acabó aquí en la otra punta del mundo, con nosotras, y eso no es casualidad..." "... estos chicos, que pasan las horas contemplando Tu creación, y que deben de ver Tu belleza de maneras que nosotras ni imaginamos..."... así. Así un buen rato con cada uno. De las cosas más raras que me han pasado muestreando, pero ni mucho menos de las más desagradables; antes bien, se agradece que piensen en uno y en cómo ayudar. Lástima que de tortugas allí no pareciese haber ni rastro; hubiéramos sido una adición la mar de interesante a su fin de semana...
PS. Por lo demás, me dio mucha alegría ayer comprobar cómo, como en Francia, como en España, las carreras por coger sitio y los golpes a traición con los ramos en la cabeza del vecino parecen ser patrimonio de la Iglesia universal. Pocas formas mejores de entender la catolicidad que a través del desenfado...
* Nombre ficticio
Qué bueno.
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