Otro día en una granja cualquiera al norte de Grahamstown. Otro día en que al ver el cielo engañosamente cubierto creemos vernos a salvo del sol, pero en que las quemaduras en la nuca al acabar la jornada nos recuerdan que siempre hay que protegerse, y más en estas latitudes. "Quemaduras en la nuca" porque, como ya intuís, para buscar tortugas hay que echar el rato mirando al suelo...
... y mirando, mirando, uno acaba sorprendiendo a otras cuantas criaturas, que desprovistas de concha, y más ligeras, desaparecen en menos que canta un gallo. Fue toda una prueba de paciencia intentar fotografiar lagartos durante el muestreo, pues las más de las veces lo único que llegaba a ver era una centella desapareciendo entre las matas. Pero yo venía ya curtido de trabajar con lagartijas en condiciones similares en Aranjuez, y sé que si uno se aproxima milímetro a milímetro consigue acercarse lo suficiente como para dejar constancia de por ejemplo un encuentro con un Trachylepis variegata; otro escinco más de este género tan rico en especies en Sudáfrica, cuyos componentes parecen cubrir todo el rango de hábitats disponibles.
Me hizo especial ilusión conseguir fotografiar (como herramienta imprescindible para poder identificarlas, pues mi exigua experiencia local no me da como para poner nombre a un lagarto de solo un vistazo) esta lagartija "de verdad", el primer lacértido que me tacho en Sudáfrica: un Pedioplanis (lineoocellata) pulchella. Hay en Sudáfrica muchas lagartijas como esta que de un primer vistazo recuerdan a nuestras (je, "nuestras" ¿de quién? ¿De dónde?) lagartijas colirrojas, con las que comparten querencia por los terrenos muy abiertos, todas muy parecidas. Y todas muy pequeñajas: me refiero a que todos los lagartitos que vi a lo largo de esos días eran bien pequeños, no creo que ninguno pesase lo suficiente como para pillarlos con un lazo, y por lo demás eran todos endiabladamente rápidos y desconfiados; ni hablar de cogerlos a mano. Supongo que de querer muestrearlos habría que hacerlo con trampas de caída, que otra no se me ocurre...
... bueno, claro, o si acaso con ametralladoras. Pues junto a las sabandijas diminutas de antes, nos encontramos también con varios varanos, leguaan por su nombre local, tanto del Nilo (que ya había visto) como de roca Varanus albigularis, el mayor lagarto del continente; como la mala bestia de arriba, que con facilidad sobrepasaba el metro y medio.
Para calmar un poco los calores de la jornada, nada mejor que dar una vuelta tras la puesta del sol, pues Grahamstown es una ciudad bastante segura. Convenientemente duchados y avituallados en el Rat and Parrot, que parecía ser el lugar de referencia de toda la juventud local, nos fuimos una noche a recorrer el jardín botánico, situado junto a la universidad y de acceso libre. Nos cruzamos con varios sapos como este, que tras dudar de si no serían Sclerophrys pardalis los di al final por S. rangeri, la especie que también tenemos más al norte.
Este pequeñín al menos sí era nuevo: un bebé de geco, un Pachydactylus maculatus (otro género con muchas -demasiadas- especies en este país) que se asustó tanto al vernos que soltó la cola sin que lo tocásemos siquiera.
Mas lo que en realidad íbamos buscando en el jardín era otra especie, pequeña también, pero porque así es su naturaleza: un camaleón enano Bradypodion ventrale; una de las varias especies de este género endémicas de Sudáfrica, la mayoría con distribuciones tremendamente reducidas. No es que sean bichos nocturnos, pero de noche se vuelven blanquecinos y resultan mucho más fáciles de divisar entre la hierba alta y los arbustos que de día. Y además, que se va uno a la cama mucho más contento tras sumar a la lista un bicho tan carismático como un cama-león...
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