Segundo día de Triduo Pascual en la catedral. En general al preparar la liturgia se mantienen muy fieles a las rúbricas del Misal; cosa que me gusta más que cuando se ponen a experimentar e innovar. Que para algo están, y su sentido tienen (¿soy un viejo cascarrabias, ya?). Aunque alguna cosa curiosa sí hay: al ir a buscar hoy la comunión al Monumento, el monaguillo que iba precediendo la pequeña procesión iba haciendo sonar una matraca (por ponerle algún nombre) bastante peculiar: eran dos pedazos de madera, sin más, como dos pequeños listones (pero no cutres: se veía que estaban barnizados, con inscripciones y unidos por un cordel granate; vamos, que los habían fabricado así); que hacía sonar golpeándolos entre sí.
Recitaron todas las plegarias de la Oración Universal. Hacía tiempo que no escuchaba la que se reza por los que se encuentran en alguna tribulación:
Oremos, hermanos, a Dios Padre todopoderoso,
por todos los que en el mundo
sufren las consecuencias del pecado,
para que cure a los enfermos,
dé alimento a los que padecen hambre,
libere a de la injusticia a los perseguidos,
redima a los encarcelados,
conceda volver a casa a los emigrantes y desterrados,
proteja a los que viajan,
y dé la salvación a los moribundos.
Me quedé dándole vueltas a lo de que el emigrante quiera volver a casa, que da como por hecho que, por muy a gusto que esté en su nuevo destino, no termine de estar a gusto del todo... Pues eso.
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