miércoles, 28 de marzo de 2018

Indicaciones a la costa (CO VII)

 Tras tres días de búsqueda intensiva de tortugas, amaneció finalmente el día en que debíamos dejar Grahamstown. Un día lluvioso, como bien veis, en que no daban muchas ganas de salir fuera a hacer compañía a las palomas de Guinea Columba guinea. Pero tras reparar en un taller el neumático pinchado con que nos habíamos desayunado nada más llegar cuatro días antes, partimos rumbo al sur... 
No sé si habéis jugado alguna vez a GeoGuessr. Básicamente, es una web en la que apareces en alguna carretera del mundo (ya en medio de un desierto, ya medio de una megalópolis) tal cual se ve en el StreetView de GoogleMaps, y tienes que adivinar en dónde estás. Pues bien: si la aplicación me hubiese mostrado la pequeña carretera por la que cubrimos el breve trayecto entre Grahamstown y Port Alfred, y más en un día de niebla como el que nos tocó, creo que sin dudarlo mucho hubiese dicho que estábamos en Galicia: un día de perros y una carretera maluja con un muro de eucaliptos y mimosas a cada lado, y de arbustos de flores amarillas que, mal vistos a través de las ventanas mojadas, parecían talmente tojos. Y asomando a intervalos al final del camino, el mar:

 Aunque no cualquier mar. Pues aunque ni el día ni la forma de la costa se prestaban a contemplas vastos horizontes, acababa de subir a mi lista de "cosas" el Índico. Y mirando desde la playa hacia el sur en línea recta, sin nada que estorbe de por medio, la Antártida. Suficiente como para pasar un rato contemplando el mar.

 Pero tampoco demasiado, pues como nuestro asiático capataz nos recordaba de continuo, allí habíamos ido a trabajar. Buscando tortugas le habíamos dado buen uso a las piernas, pateando las granjas de arriba a abajo, y ahora tocaba entrenar un poco el tren superior: lo que íbamos buscando vive enterrado entre la hojarasca y en los primeros centímetros de sustrato de las zonas cercanas al mar de esta región de Sudáfrica, y tuvimos que darle duro a los rastrillos para irlos haciendo asomar.

 Se trataba en concreto de dos tipos de lagartos ápodos, dos especies (o tal vez más, esa es la historia) de eslizones anguiliformes con las que en el grupo de Joaquín quieren hacer estudios genéticos: el diminuto Scelotes anguineus, apenas mayor que un dedo y fino como un fideo...

... y el no mucho más grande Acontias lineicauda/meleagris/orientalis (un caos, esta "especie"), de bonito colorido a rayas negras y amarillas que no sé para qué le sirve, pasando la vida enterrado. Muestreamos a intervalos regulares toda la costa de las bahías de Algoa y Jeffreys, y se nos dio más o menos bien según las localidades; bastante hicimos, teniendo en cuenta que íbamos un poco a ciegas. A ciegas y a la par con la vista fija en el suelo y en los rastrillos, porque los desgraciados estos se enterraban de nuevo y desaparecían a la velocidad del rayo. Así que, si ya pocas aves y otros bichos nuevos vi mientras buscábamos tortugas, menos aún en estos días sucesivos. Pero para alguna entrada que otra ya me dará...

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