Empiezo esta entrada donde dejé la anterior: al borde del agua. Al borde del agua, donde crecen los carrizos. Carrizos donde no hago más que buscar, allá donde me acerco al agua, carriceros picofinos, que la guía pone que les gustan los estanques pequeños. Pero no hay manera: o me aparece la subespecie africana del carricero común, o prinias como esta prinia modesta Prinia subflava, que ayer la liaban a grito pelado en una de las charcas del jardín.
La relativa seguridad que ofrecen los carrizales, al estar dentro del agua, hace que los carrizos sean por lo demás uno de los tipos de vegetación preferidos por muchas especies de tejedores para anidar. Ayer me encontré con este obispo rojo Euplectes orix, tan hinchado, pasando frío como yo a primera hora de la mañana; nada que ver con cómo lucían hace medio año.
Donde anidan los tejedores no es difícil por lo demás encontrar las aves que no hacen ascos a ocupar sus nidos vacíos. Os hablé de que la estrilda cabecirroja suele hacer esto en mi última entrada sobre Mokala, y hoy os enseño un macho de la otra especie del género Amadina, de idéniticas costumbres: la estrilda degollada A. fasciata, que hasta no hace mucho era bien frecuente en las pajarerías españolas; primera especie nueva de la jornada además.
Entre los nidos de tejedor de varias especies que había en el jardín, localicé unos que no había visto antes, muy fáciles de identificar por lo distintos que son de todos los demás: de forma ovoide, con una abertura lateral grande sin túnel de entrada, y trenzados primorosamente con material muy fino...
... finura que casa mal con la herramienta descomunal de sus arquitectos, los tejedores picogordos Amblyospiza albifrons. En la foto veis una hembra (el macho es de color chocolate, con la frente blanca) de estos tejedores muy grandes, que partía huesos como de aceituna con una facilidad tal que miedo me daría tener que manipularlos para anillarlos. Me encontré con estos tejedores (segundo y último bimbo con alas del día) no junto a sus nidos, sino revolviendo entre la hojarasca junto a un grupo muy diverso de aves de aspecto y tamaño mirlescos.
Las más numerosas eran los tordinos de Jardine Turdoides jardineii. Los tordinos son aves muy sociables, que cuando no están buscando comida pasan el día haciéndose arrumacos o peleando unos con otros, según el humor del que estén.
En pandilla con los tejedores y los tordinos, pero como único miembro de su especie, estaba este bubú ferrugíneo Laniarius ferrugineus (el nombre es medio onomatopéyico); me lo había tachado ya en el viaje al Cabo Oriental, pero muy de refilón, así que tan contento. Se da un aire bastante a alcaudón; pertenece a una familia (los malaconótidos) propia del África tropical y hermana de los verdaderos alcaudones, pero de aves que en vez de posarse en perchas al descubierto a la espera de que pase alguna presa, las buscan hormigueando por entre la vegetación.
Y entre tanta ave "mirliforme", vamos con un mirlo de verdad: un zorzal del Karoo Turdus smithi, la misma especie que tenemos en Bloemfontein, que no todo iban a ser especialidades del norte del país. Aunque mañana aún caerá alguna que otra más...
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