O Gràcia, más bien. Como hoy, segundo y último día de las fiestas de Año Nuevo, ha sido un día casero y tranquilo, donde no me ha pasado nada digno de contarse; y como le viene al pelo por ser hoy 11 de septiembre, pues voy a retrotraerme casi un mes y a viajar a la otra punta del Mediterráneo:
El pasado 17 de agosto, y haciendo un alto a mitad del camino a Montpellier, llegamos a una Barcelona recién anegada por una tormenta de verano. Nos separamos hasta el día siguiente, y Álex y Andrea disfrutaban de la ciudad por su cuenta, teniendo que parar a cada rato por los turistas que querían sacar fotos de Brego, yo me junté con Marta, y en cuanto escampó del todo nos fuimos a dar una vuelta con su novio por el barrio de Gràcia.
Pues estaba en fiestas, el barrio, y yo no sabía (como tantas otras cosas que no sé) que con tal motivo los vecinos de muchas de las calles las adornan con esculturas de papel, no muy distintas imagino de las fallas, pues duran también apenas la semana de fiestas (o menos si, como fue el caso, les cae una tormenta encima).
Y por las calles del barrio nos perdimos un poco, tres turistas más entre otros miles, viendo tanto las calles decoradas con motivos "generales"...
... como las que tenían una temática más específica, como esta dedicada a Mi vecino Totoro.
Pero no fueron las calles lo que más me impresionó, sino ver por vez primera en directo en acción a los castellers. Y de repente, lo que por la tele me parecía sin más simpático, tipo Grand Prix, me dejo en persona alucinado: ver cómo de verdad la gente está solo "sobre gente", si me perdonáis la forma tonta de decirlo, y los niños más pequeños arriba del todo, en el aire, a la altura de un segundo o tercer piso. Y al son de gralles y timbals, las dos collas participantes (una del barrio, y otra invitada, que competían informalmente entre sí) fueron armando distintos tipos de castell, a cada cual con más mérito, que nos quedamos mirando hasta que ya nos pudieron más las ganas de cenar...
Adenda: una aratinga mitrada Psittacara mitrata. Escuché un loro "raro" (ni cotorra argentina ni de Kramer) fuera del piso de Marta, y al asomarme me reencontré con estas viejas conocidas, que aparentemente están dejando atrás la Ciutadella para expandirse por toda la ciudad. Según Marta esta de la antena, y su pareja, llevan meses no dejándola dormir con sus gritos al romper el día. La verdad es que si algo saben hacer las cotorras es gritar...
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